sábado, 11 de diciembre de 2010

Para Clarín ¿PARA QUE SE QUITA SI DESPUES SE DEVUELVE?





Texto completo publicado en Clarín - Gabriel Vénica



“Cliens, clientes” era el nombre que en la antigua Roma identificaba al plebeyo que estaba bajo la protección y cuidado de un Patricio, a quien debía escuchar, seguir y obedecer”.

Con la caída del Imperio Romano y la desaparición de Patricios y Plebeyos la palabra pasó a designar a cualquiera que estuviera bajo el cuidado o protección de otro (generalmente un Profesional, por ejemplo un médico).

Con el advenimiento del Capitalismo y la moderna economía de mercado la palabra se reservó para el usuario de algún producto o servicio.

El término cliente perdió gran parte de su sentido originario. No se espera que el cliente de alguien deba ser obsecuente con su proveedor como ocurría en el Imperio.

Por otro lado, sin embargo, nos encontramos con una sorpresa. En la práctica política argentina la palabra recuperó su antiguo esplendor con una ligera variante en cuanto al nombre que reciben el cliente y su protector. No se denomina cliente al plebeyo bajo la protección de un Patricio, pero sí al ciudadano común que está bajo la protección de un político, a quien, como en la Antigua Roma, escucha, sigue y obedece a cambio de “cuidados, favores, prebendas (en definitiva protección)”.

Nuestra sociedad se ha clientelizado en los términos romanos, en todos los sentidos.

Tenemos entre los clientes a los punteros políticos; a los pobres que dependen de un plan; a muchos empleados públicos o aspirantes a serlo; a artistas que recorren el país y el mundo cobrando jugosas dietas públicas que no percibirían nunca en un recital privado; a periodistas y medios que viven de la publicidad oficial; a hombres de negocios que reciben información privilegiada; a empresarios que dependen de licencias, subsidios o concesiones; a profesionales y gestores que logran sortear engorrosos vericuetos burocráticos en los que otros permanecen enredados…

El plebeyo de la Antigua Roma, devenido hoy en simple ciudadano argentino, vive y respira bajo la protección y cuidado de un patricio visible o invisible (llamado partido, funcionario, legislador o simplemente “contacto con influencias”) a quien escucha, sigue y obedece y llegado el momento “vota”.

La forma de la protección es variada pero responde siempre a un mismo patrón: regulaciones que requieren de un “facilitador” que apure el trámite, permita cobrar el subsidio, acelere la compensación, libere la exportación, bendiga el negocio o asegure el empleo. En definitiva, la presencia de un intermediario forzosos (el Estado y quien lo representa) que dice “pasa” “no pasa”, en medio de un mercado intervenido cuya libertad garantizada por la Constitución se juzga contraria al bien público.

Sólo el campo ha rechazado (al menos hasta ahora y en términos generales) ser sometido a las generales de la ley de la “clientelizaciòn política”. No faltaron, ni faltan intentos: compensación en los lacteos; plan terneros; maíz plus; reintegros en el trigo; subsidios para feed lots, cuyo objetivo es remediar y compensar en parte los perjuicios causados con otras medidas (retenciones, cierres de exportaciones, precios máximos). Pero estos mecanismos clientelizadores fueron y son resistidos por gran parte de los productores genuinos que prefieren la renta legítima a una indemnización compensatoria indigna.

Falta en el sector una “clientelización en masa”, “sistemática” como ocurre con buena parte de la población marginal, los servicios públicos y la industria. Pero no falta “el instrumento” para lograrlo. Esto podrá conseguirse facilmente con la segmentación de las retenciones, donde miles de pequeños productores quedarán a merced del favor oficial para cobrar el reintegro. Sobre todo aquellos productores marginales con papeles que no están en regla, sucesiones no terminadas, deudas con el fisco, dificultades para encontrar “el gestor”, intransigentes con intermediarios que sugieran abonar algún tipo de “peaje” para lograr el objetivo.

Sobran en el kirchnerismo y la oposición entusiastas defensores de este mecanismo que terminaría por someter definitivamente a la última clase productiva argentina a la clase política, cualquiera sea su signo.

Una frase de De Angeli, que muchos pequeños pero dignos productores repiten, expresa mejor que ninguna otra esta resistencia del sector a ser clientelizado, allende el beneficio económico que se les ofrece: “para que me quitan si después me van a devolver”.

Gabriel Vénica

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